Tropieza y cae como un costal de papas, mierda, ayayau, y, ahí mismito, se incorpora para seguir corriendo. Debe de correr, a todo ful, rápido, si quiere salvar la vida; debe de ocultarse, desaparecer, y, de ser posible, meterse en algún monte de espinos, en alguna quebrada profunda, donde sus perseguidores no puedan seguir corriendo tras él. Cómo sea, tengo que llegar a Kolkamarka… Más adelante, está a punto de precipitarse en el negro abismo de una quebrada y empieza a bordear a lo largo de ella, rasgándose el poncho en los arbustos espinosos; adelanta las manos para no tropezar en medio de la oscuridad; hay pencas espinosas y hojas de maguey que lo hacen retroceder… A unos metros, tiene que pasar el cuerpo por encima de una enorme roca, resbalando y golpeándose los codos y la rodilla; allí pierde a una de sus ojotas y siente que las piedras puntiagudas y los espinos le lastiman horriblemente la planta del pie descalzo, mierda, achakallauy… Detrás, entre las casas del pueblo, se escuchan voces roncas y, casi al instante, tabletea una ametralladora. Virgencita de las Nieves, implora y se mete en un bosque de arbustos; no le importa nada, qué mierda, qué carajo, de cabeza se mete entre las ramas, abriéndose paso a manotazos; allí pierde el sombrero, regalo de su querida esposa, sombrerito azulejo con cinta colorada, en el que él siempre prendía una flor de retama para bajar a la plaza del pueblo… Llega a unas chacras de maíz y trepa a lo alto del pircado; allí siente el embate del viento frío de la noche. Mira a su alrededor y sólo ve sombras y más sombras. La luna, aguaitando entre las nubes, proyecta una lucecita mortecina. Más adelante, a unos pocos metros de distancia, entre tunales y retamales, bordeando una chacra de maíz, discurre un rumoroso arroyo. í‰l conoce ese arroyo. Aunque poco profundo, es de torrente rápido, saltarín, de agua muy gélida que, por trechos, se precipita a una velocidad loca y, al embestir a las piedras del cauce, forma una espuma blanca que salpica a los guijarros de la orilla. El hombre se baja del pircado y se acerca al arroyo. í‰ste, en uno de sus recodos, ha arrastrado hacia los lados a muchos guijarros, que forman un ancho festón. Se acuclilla allí y empieza a beber, con ambas manos, hasta saciar su sed… Por detrás, a lo lejos, continúan escuchándose disparos, gritos y ladridos desesperados; en varios lugares del pueblo, restallan ráfagas de ametralladora y, por sobre su cabeza, silban las balas. Al parecer, se está matando a la gente, sin piedad. Mamacita linda, ojalá que no me encuentren… Caminando por debajo de los tunales, llega a un alto tapial, en cuya cima crecen espinosos matorrales. Jijunagramputa, aprieta los dientes, se tercia el poncho sobre los hombros y salta. La maraña de espinos exige una gran precisión de movimientos. Se agarra de la cima del tapial que no lleva espinos, con ambas manos, y, de un enérgico impulso, hace pasar su cuerpo hacia el otro lado. Sin embargo, siente un arañazo en uno de sus hombros. Cae sobre un montón de piedras que crujen bajo sus pies y resbala hasta quedar sentado. Manotea a algunas malezas y logra levantarse. Continúa caminando, muy de prisa. Salva otro pircado y sigue alejándose con pasos rápidos, abriendo bien los ojos para ver algo entre la oscuridad… Más adelante, se detiene y aguza el oído, reteniendo el aliento. Por detrás, ya todo ha quedado en silencio; sólo algunos perros aullan con angustia desesperante. Al parecer, ya no hay peligro para él. Con un extremo de su poncho se enjuga el sudor que le chorrea por la frente y el cuello y le escuece en los ojos. Muy cerca de allí, hay un barranco de arena que cae hasta el fondo de la quebrada, hasta las orillas del río. De niño, por allí, con los amigos, a él le gustaba deslizarse sentado y dando alaridos de júbilo. Es su salvación definitiva. Se sienta sobre la arena y empieza a impulsarse hacia delante; comienza a resbalar y a resbalar, pendiente abajo, conteniéndose a ratos con las manos… Abajo le espera el río rugiente y, escalando por el otro extremo, muy fácil, encontrará el camino a Kolkamarka…
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