En un lugar de la sierra, en no sé dónde, vivía un hombre manco, que había perdido los brazos en un lamenÁ¬table accidente. Como era picapedrero el señor, un día, cuando estaba partiendo piedras con dinamita, el explosiÁ¬vo le arrancó ambos miembros superiores.
Por este motivo, ninguna mujer lo quería para esÁ¬poso. Todas le rehuían porque… Á¿un hombre manco cómo las iba a mantener?
Y así, el pobre vivía solito, triste, sin poder encontrar compañera, en una choza apartada del pueblo.
Todas las noches, el pobre hombre lloraba y se laÁ¬mentaba de su mala suerte, sentado en un poyo de piedras que había en la puerta de su humilde morada.
Una noche de luna llena, cuando estaba sollozando quejumbrosamente, le pareció escuchar una voz que le decía:
-Á¿Por qué lloras, buen hombre?
Recorrió con la mirada a todo su alrededor y no alÁ¬canzó a ver a nadie. Había sólo sombras entre los cercaÁ¬dos y entre los árboles…
-Bah, la soledad y la pena están haciéndome escuchar tonterías -se dijo-. O será, tal vez, el viento que está ruÁ¬moreando entre las hojas de los árboles.
Se tranquilizó y continuó lamentándose.
Nuevamente, escuchó una voz que le preguntaba:
-Á¿Por qué ese llanto tan profundo, señor?
Volvió a mirar el hombre, por todo sitio, y tampoco vio a nadie. Sólo vio sombras y escuchó el chirriar de los grillos entre las piedras del campo.
-Creo que el sufrimiento y la soledad me están volviendo loco -se dijo.
Y reanudó su lastimero llanto.
Y, nuevamente, le llegó la voz desde lo alto, desÁ¬de el cielo.
¡Era la luna la que le estaba hablando!
-Dime, buen hombre, Á¿por qué lloras tanto?
Estupefacto, el manco le respondió:
Es que soy como el chiwakito
aborrecido por todo el mundo;
mi vuelo tengo
sólo para el sufrimiento,
mi canto tengo
sólo para el lamento…
En eso, dizque la luna descendió un poquito del cielo y lo miró bien:
-Ah, es que no tienes brazos -le dijo-. Pobrecito, cómo estarás sufriendo.
Se tornó muy triste nuestra Madre Luna, nuestra Mama Killa; dizque empezó a derramar muchas lagrimitas de plata que se diseminaron como luciérnagas por todo el campo.
Desde el alto cielo
bajan aguaceros;
de mis pobres ojos
lágrimas saladas…
Y, como el pobre manco continuaba lamentándose, la luna se conmovió más y más y, al fin, le dijo:
-No te preocupes, buen hombre. Ya deja de llorar, que ¡yo te voy a querer!
El infeliz se alegró muchísimo y le preguntó:
-Tú vives en lo alto; yo, aquí, en la tierra. Á¿Cómo harás para darme tu amor?
La luna, muy radiante, soltó una cantarina carcajaÁ¬da y le dijo:
-¡Así te voy a querer!
Y, de un brinco, se bajó del cielo, convertida en una hermosa doncella vestida de blanco.
De ese modo, el hombre y la luna empezaron a vivir un idilio mágico, insólito.
Todas las noches, la luna bajaba hacia el hombre. Y todo era felicidad.
Hasta que unos muchachos del pueblo los sorprendieÁ¬ron y tuvieron mucha envidia del manco.
-Á¿Cómo un manco tan feo pudo conseguirse tan hermosa doncella? -se preguntaban.
Y, una noche, decidieron ir a la choza del manco para arrebatarle a su amada.
Pero, como la luna desde lo alto lo ve todo, se percató de esas malas intenciones y decidió llevarse a su amaÁ¬do hacia el cielo.
¡Y ahora están los dos allí!
Si uno se fija bien en la luna, puede apreciar la silueta de un hombre sin brazos reposando en el regazo de su maravillosa amada.
-¡Miren, es verdad! -dicen los niños de la sierra-. ¡Allí está el hombre sin brazos, recostado y feliz!
Y retozan, muy alborozados, contemplando a la luna, anegando el espíritu con esa lucecita plateada que se deÁ¬rrama del cielo…
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